domingo, 26 de junio de 2011

Eudaimonia



Impreciso instante aquél. De repente volvieron a mi cabeza los oscuros ritmos envueltos entre gritos de esa fuente en la que chapotearon más de los que un día debieron. Hiel envuelta en miel. Veneno puro. Milagrosa salvación. Nada bueno guarda un súcubo en su sonrisa.

Entre lingotazos de tequila envuelvo mi cabeza con una sábana de color granate oscuro, tacto de seda y olor a sexo reciente. Mis manos me devuelven la mirada con aspecto culpable. Al fondo de la barra la tragaperras expulsa un premio insulso a un vicioso que la golpea con la estúpida creencia de que la violencia le conseguirá lo que desea. Tengo los sentidos aletargados. Mi lengua no distingue más sabores, dudo que pudiera pronunciar palabra. Mi tacto es torpe y lento, tembloroso, triste y, mis oídos, bueno, ellos me cantaban "All I need" como si eso fuera a arreglar algo.

Recordaba, pero no con claridad. Recordaba una historia que era una mezcla, una persona que era una unión y una tristeza que no tenía motivo. Tristeza, eso sí que lo diferenciaba. Ciertos sentimientos no se pierden por mucho alcohol que se consuma. Todo se transforma, los colores saben distinto, las caricias cambian y el crepitar de mi cerebro me vuelve aún más loco. No hay reglas a donde voy, eso me han dicho siempre.

Luces reflejadas en el asfalto, un camino curvo y borroso pasa cada vez más veloz. Dejo atrás las mentiras al acelerar. Al llegar, fuegos fatuos brillan ante mí como una premonición, son preciosas sus llamas. Mágicos espíritus asustadizos, mejor no molestarles. Sobre el capó observo el firmamento, voy recobrando mi sobriedad. Palpo el metal en busca de algún resto de ti y no encuentro más que el calor del motor. Ya no hay siluetas, no hay sonrisas ni abrazos. Ya no estás. No estás y tu ausencia es dolorosa. Se aproxima una tormenta, la luna está empañada y el aire viene húmedo. Mañana será otro día, supongo.

[...]

sábado, 4 de junio de 2011

Instinto


- No tienes corazón, hasta los zombies pensarían que eres un cabrón.
- ¿Por qué me dices eso? Estoy harto de siempre la misma mierda, joder, intento no hacer daño, nunca prometo nada, nunca les miento.
- ¿Mentir? Claro que no les mientes, ese es el problema. No te callas nada, las pisoteas y las picas. Vas como si ninguna fuera lo suficientemente buena para ti y las muy idiotas van detrás esperando a que les lances un hueso, esperando una caricia como recompensa. Y sí, se lo das, ¿y cuánto dura? Un polvo, una semana, dos como mucho y las dejas en la estacada y con las típicas frases: "creo que no estoy sintiendo lo mismo", "no eres tú, soy yo" o, la que más me gusta, "no quiero hacerte daño, lo mejor es que lo dejemos antes de que alguno salga perjudicado". Y después las ves llorar, te gritan, te odian, las abrazas para acallarlas y cuando se han marchado te fumas un cigarrillo mirando a la puerta como intentando comprender lo que ha sucedido. No tienes alma.
- Todavía me odias por lo que pasó, ¿verdad?
- No, la odio más a ella... pero muchísimo más a ti. Es que eres gilipollas, es que caíste en tu juego y ni siquiera lo viste llegar. Estás tan ciego que no aprenderás nunca. Si la hubieras tratado como me trataste a mí la hubieras tenido para siempre, pero parece que cuando quieres conservar a alguien te vuelves imbécil y te conviertes en un perrito faldero. Hasta a mí me daba asco verte así, asco y rabia. ¿Qué tenía ella? Pasó de ti, te iba a hacer daño y todos lo veíamos pero no querías escuchar.
- Pues claro que me iba a hacer daño, no estoy tan ciego. Lo sabía y me daba igual. No sé qué tiene tan especial pero no puedo evitarlo. Sabía que me dolería... merecía la pena.
- Qué tonto eres. ¿Cuántos años van ya? ¿Cuatro? ¿Cinco? Y aún suspiras cuando crees que nadie te ve. Pero bueno, no soy nadie para criticarte por ello. Me tengo que ir, Fer me está esperando, hoy cenamos las dos familias juntas. Nos vamos a casar... No pongas esa cara, eso es lo que había venido a decirte, algún día tenía que seguir adelante. Estoy harta de esperar a que abras los ojos y te enamores de mí. Espero que tú llegues a la misma conclusión alguna vez.
- ¿Le amas?
- Me trata bien y será un buen padre, me quiere mucho más de lo que tú me has querido jamás.
- O sea, que no le amas.

Mirándole fijamente acercó su cabeza a la de él, le agarró por las orejas y, observando el triste color miel de sus ojos, le dio un beso mordiendo su labio inferior, separándose después sonriendo con una lágrima cruzando su mejilla.

- Espero que algún día te enamores de alguien que te merezca.
Y se marchó para nunca volver. Él se quedó mirando fijamente a la puerta, se encendió un cigarrillo e intentó comprender, como siempre, lo que ocurría a su alrededor.
[...]