martes, 28 de diciembre de 2010

Lady Godiva



Ven, acércate, déjame que te proteja. Cierra los ojos y apoya tu cabeza en mi pecho. Siente cómo mi respiración y mi corazón se tranquilizan al contacto de tu piel. Enlaza tu mano con la mía, acariciame, no temas llorar al rozar la luna. Quedaremos donde tú quieras, quedaremos donde el tiempo se detenga; no te olvides el paraguas, el relente siempre nos alcanza.

Frente al espejo compruebo el vacío que me rodea, siento el frío que me alcanza y me encuentro aún más solo. Apago la luz con rabia, con impotencia. No hay nada que pueda hacer, nada nuevo que decir ni nada que te pueda sorprender. No se me ocurre absolutamente nada que pueda guiarme desde aquí a un camino clareado mas, sin embargo, sigo permitiendo a mi intuición ser la luz de mi tren. Algo más tranquilo sonrío, me quieres, me quieres mientras me amas, me quieres cuando lo leo en tus ojos, me quieres porque te gustan las manzanas, me quieres porque te quiero. Te quiero, lo sabes y eso, aunque te preocupa, te gusta. Te sientes más segura de esa manera. Yo te abriré camino, yo te abrazaré cuando lo necesites, yo te daré mil noches en vela y detendré el mundo para consolar tu alma y hacerte entrar en razón.

Conecto el equipo de música, suena Queen y me da fuerzas para seguir mis sueños. No soy un tigre aunque desafíe las leyes de la gravedad... soy un dragón. Canto gritando, apenas llego y no soy capaz de pronunciar la letra pero soy libre, y nadie podrá evitarlo. Paso a través, salto y bailo, río. Yo también me siento tan imparable como lady Godiva, yo también te haré sentir supersónica. Conseguiré que sonrías al compás de mis latidos.

Estoy vivo, no lo dudes nunca. Escucha como ruge el motor de mi oso blanco, disfruta de esas ilusiones al saber que te arreglas para mí, goza con la intriga que te produce no saber qué parte de ti adularé esta noche. "If you wanna have a good time just give me a call". Disfrutemos juntos de este arte, baila conmigo, salta hasta que te agotes, goza hasta que te desmayes, ríe hasta que no se te olvide jamás.

[...]

jueves, 23 de diciembre de 2010

Pseudoamor



Escucho tu respiración, tus suspiros tristes, tu tono apagado. Me quieres, me deseas, pero nunca podrás dar un paso más allá. Te agobia mi cercanía y temes mi ausencia, no sabes lo que quieres. Estás cansada, en parte por mi culpa, y eso te hace sentir aún peor.

En mi cabeza me aseguro que odio el dolor al que me he aferrado tanto tiempo. Grito con todas mis ganas que esto no es lo que quiero, pero no lo soltaría por nada del mundo. Mis esperanzas se marchitan con el flujo de tus palabras. Odio la navidad, ahora entiendo el por qué.

Llegará el día que sea el espíritu de las navidades pasadas, espero que al menos recuerdes el día que optemos por la cobardía. Eso sí, mentiría si te deseo felicidad, así como lo harías tú. Mentiría si te intentara tratar como una amistad, y mentiría si te dijera que estoy enamorado de ti... mentiría si dijera que creo en que nunca podría ocurrir.

Hace tiempo que lo único que siento en el estómago es dolor, esas mariposas que un día pudieron aflorar estarán hibernando. Hace años que me enamoré por última vez y aun así se estropeó. Hace años que encontré a alguien a quien amaba y me respondía, y aun así ahora le escribo a otra persona. ¿Es acaso necesario y suficiente con sentir esas cosquillitas? ¿Es acaso condición indispensable? No creo en la magia, no creo en las hadas ni en Papá Noel, no creo en la homeopatía ni en las religiones basadas en un ser consciente más grande que yo. Creo en el amor como un conjunto de sensaciones producidas por las hormonas de mi cuerpo, creo en el vértigo que se produce al ilusionarse y creo en que lo nuestro pueda funcionar. Pero claro, esto último no es más que fe. Será el espíritu navideño que me envuelve. Mis creencias no son bonitas, mis historias no son bellas. Suena todo doloroso y agobiante, demasiado lógico y científico, demasiado vanidoso y orgulloso.

No te prometo la felicidad, no te aseguro que la máquina funcione, no confío en que nuestros corazones latan al compás pero, cojones, te aseguro que nada de eso ocurrirá si dejas que la cobardía de la princesa encerrada en su torreón te invada.

Además, si el agua tiene memoria, ¿hay algo imposible? Demuéstrame que no todo tiene que ser en binario y déjame que te demuestre que más vale tarde que nunca.

[...]

jueves, 16 de diciembre de 2010

Viento del norte


Agazapado en esa esquina nunca sintió un frío igual. Los vientos del norte congelaron hasta el rocío condensado en las hojas de aquel naranjo que una vez iluminó las noches estivales. Debía escapar de allí, lo sabía y lo necesitaba; pero no tenía valor. No tenía valor para rendirse ni para dejarlo todo atrás. Estaba demasiado ocupado intentando no temblar como para pensar en caminar. Esta vez no escuchaba música en su interior, de ningún tipo, de ningún color; tan sólo un vacío tan profundo capaz de absorber las frases conforme las pensaba. Su cabeza era un remolino, un conjunto de obviedades y reproches, de verdades e ilusiones, una bomba de relojería en una cámara acorazada protegida como aquello que le latía en el pecho luchando por darle calor al resto de su cuerpo, órgano que sentía cada vez más pesado, cada vez más cansado.

Dudaba y no entendía, soñaba y destruía. Soñaba en pócimas mágicas, en fórmulas básicas capaces de proporcionar la felicidad instantaneamente, en piedras filosofales capaces de convertir el plomo en puro oro. Destruía... como siempre, lo destruía todo y no valoraba. Destruía sin mirar, sin querer, sin desearlo. Destruía porque era lo único capaz de darle cierta satisfacción. ¿Qué esperaba? ¿Acaso realmente creyó en su propia resiliencia? Ahí se quedó, aún agazapado, temblando y tiritando esperando la vuelta del verano, esperando a ese sol que le hiciera volver a entrar en calor, esperando esa belleza de la naturaleza a la que llaman primavera.

Confusión será mi epitafio.
[...]

domingo, 12 de diciembre de 2010

Filosofía



Todavía con el ritmo saltando dentro de nosotros nos fuimos a buscar algo que beber. Un par de litronas por cabeza parecía suficiente para continuar la fiesta. Tomad el mechero, que alguno comience a trabajar porque esto lo celebramos por todo lo alto.

Alguien saca las piernas por fuera de la ventanilla, otro rompe un cigarrillo y la botella va pasando de mano en mano. El volumen de la música no nos deja ni pensar, pero ahora es el momento de dejarnos llevar por los impulsos. Varias guitarras afiladas atropellan nuestros sentidos aletargados. Llegamos al punto de encuentro arrastrándonos fuera del coche. No éramos ni diez personas pero montábamos el barullo de cincuenta, todo eran cánticos, risas y primavera. Desconozco cuántas veces me quedé con la garganta completamente seca, lo único que sé es que el remedio funcionaba cada vez mejor. Perdí la noción de la realidad y nadie de mi alrededor podía confirmarme hasta dónde llegaba la ficción.

Monta la batería, enchufa el ampli, afina esas cuerdas y dale ritmo a lo que queda de noche. De aquí nadie se marcha hasta que no perdamos el sentido. Alguien ha encontrado la felicidad, brindemos por ello, brindemos sin razones, ¿acaso hacen falta? Esta noche no hay cruces ni desvíos, hemos parado el tiempo para vosotros. Disfrutad de nuestro poder.

Pasadme el Gordons que toca ronda de chupitos Freedone, ¿dónde está el vino? Espero que no haya mañana, porque esto seguro que va a doler. Aspira fuerte y no lo sueltes, que ahora tienes que tragar. Lo único mejor que un buen viaje es hacerlo acompañado. Recoged vuestras lágrimas, no hemos llegado ni a la mitad del repertorio. No es hora de tomar decisiones, ni siquiera de planteárselas. Nada de baladas, id sacando el embudo que la apatía nos la quitamos de un lingotazo. Pronto todo esto parecerá una historia de dragones, que alguien busque un duende.

No veo necesario contar el final de todo esto, ni siquiera creo que acabara. Dejaremos esta historia como algunas canciones, con los acordes repitiéndose cada vez más suave hasta que desaparecen y despiertas sin saber cómo llegaste. Como se dice siempre, ¡larga vida al Rock'n Roll!

[...]

domingo, 5 de diciembre de 2010

Descenso



Pegado a la ventana respiro tranquilo observando el exterior. Mi respiración es profunda y relajada, todo lo contrario a mi cabeza. Pienso en cómo perder el conocimiento. No tengo más sedantes a mi alrededor y debido a la gran cantidad de malos sueños, dormirme sobrio no es una opción.

Con un dedo dibujo un triángulo en el vaho que se ha formado en el cristal y, sobre éste, calculo sus ángulos, su área y su centro de gravedad. Pierdo la poca cordura que me queda al intentar estimar el número de tetraedros regulares necesarios para completar el volumen de una esfera cuyo radio fuera el lado del poliedro. Un extraño vértigo se encierra en mi estómago después tratar de imaginar tal construcción al tener que luchar contra mi propia inconsciencia. Me dejo caer mareado sobre la cama y permito a mi cabeza recordar esas pesadillas que consiguieron darle imagen a algo que, aun a sabiendas, nunca me dejé ilustrar.

No lloro, sigo sin hacerlo. Junto los bordes de los triángulos y ni aun así soy capaz de exteriorizar todo ese ácido que mi corazón bombea sin parar. Convierto mi obsesión en movimiento ocular mirando continuamente de un extremo a otro de mis ojos mientras busco en mi interior. Es un viaje sin guía, es un viaje sin sherpas ni brújula. Automatizando ese tic consigo desprenderme de la mayoría de sensaciones físicas que me rodean. Es abrumador todo aquello que leo sobre mi propia persona. Es especialmente doloroso verme dilapidado por mis razonamientos e intuiciones, siendo abandonado a mi suerte en ese océano de soledad. Me resulta interesante observar que aquél que me abandona sea yo mismo, y que no pido auxilio ni trato de evitarlo.

Estoy en un croma sobre el que yo elijo el paisaje. Detengo la exposición en un atardecer, o amanecer, no estoy seguro. No siento la temperatura, no siento brisa ni aire. No respiro ni trago y ni siquiera pestañeo. Veo en la lejanía aquello que, creo, me importa. Me acerco y lo rodeo estoico una vez. Observo la imagen y la describo para mí, fijándome en los detalles más ínfimos hasta llegar otra vez a lo más obvio. Ni siquiera objetivamente puedo dejar de pensar que no debería estar ahí, así que ahora describo aquello que siento, intentando conseguir algo lógico de todo aquello. Vuelvo a hacerlo desde lo más pequeño hasta lo más grande, hasta lo más doloroso, lo que más detesto. Y no puedo evitarlo. Grito de rabia, lanzo toda mi ira contra aquello que me preocupa, contra aquello que amo. Grito frustrado, grito con odio, grito sin saber qué más hacer, grito porque soy lo único que se mueve en ese estúpido paraje. Harto escapo, me alejo de allí y vuelvo al vacío, a ese limbo sobre el que no hay bien ni mal, pena ni gloria.

Aquí todo es blanco, puro, intocable. Me siento en el suelo con las piernas cruzadas, respiro profundo y tranquilo y comienzo a mover mis ojos de un extremo a otro, acompasando mis movimientos y mis latidos con la realidad devolviendo mi mente a su estado natural, consiguiendo salir de ese estado autohipnótico al que me había sometido.

Me duelen los músculos oculares y me duele el alma. Aún siento todo el dolor por el que he pasado mas no encuentro en mis mejillas rastro de haber destruido ese nudo que se extendió de mi garganta hasta mi pecho. Me siento cansado. Cierro los ojos y repaso lo que acabo de vivir. Cierro los ojos y pienso en nosotros, y rabio de nuevo. Rabio porque no entiendo el destino, porque no entiendo lo que me viene y no me siento capaz de cambiarlo. Rabio porque jamás seré capaz de explicarlo y porque, aunque suceda, nadie podrá entenderlo.

Estoy perdido, y solo. Esta es mi locura, mi don y mi castigo. Este es mi eterno descenso, mi falsa sonrisa. Esta es mi añoranza, tu preocupación. Estas son mis palabras, mi único desahogo y mis grandes mentiras.

[...]

viernes, 3 de diciembre de 2010

Examen relámpago



Conozco demasiado bien esa salida, siempre oscura, siempre con las estrellas al frente. A veces llueve y todo se vuelve aún más melancólico, escucho la tormenta golpeando el metal y siento las ruedas flotando sobre la capa de agua. En estos casos pongo la música bastante floja, sólo como acompañamiento. La melodía la lleva el cielo, el ritmo los limpiaparabrisas y nadie puede evitar que improvise sobre ti.

Improvisar es un peligro, y cuanto más lo hago más cuenta me doy del daño que consigo hacerme. A veces siento cómo pierdo energía, cómo se me hunden los ojos, el palpitar del corazón en las sienes y la agonía de la frustración, de la impaciencia. Deseo saber sin conocer. En realidad, odiaría saber.

Maldito instinto, maldita cabeza, maldita imaginación monotema, obcecada, absurda y obsesionada. Observo cómo se acerca la salida, los hoteles al fondo. Pienso tanto en estos instantes que se me hace eterno el pasaje. Siempre la misma música, el mismo grupo, el mismo ambiente, la misma ausencia.

Sopeso las pesquisas, analizo los hechos y busco el punto medio, la imposible objetividad. Da igual, sigo soñando con tus manos y no consigo evitar creer en la infidelidad de tu sonrisa. Maldita sea mi lógica y malditos sean mis celos. Maldito sea mi loco corazón y maldito el brillo de tus ojos tan imposible de olvidar.

En un segundo recuerdo lo vivido y lo malvivido, lo escrito y lo inventado, lo nimio y lo valioso. Apenas pestañeo al percatarme de cómo reduzco la velocidad involuntariamente. Aún no entiendo ese placer mío que encuentro al agonizar, no entiendo a ese subconsciente juguetón que prefiere apostarlo todo viendo una sola carta ni esa apatía con la que veo el mundo que me rodea. Pero bueno, supongo que da igual si lo entiendo o no, lo único que puedo hacer es intentar relajarme y recordar aquel primer concierto o aquellas dimensiones tan geniales.

Por fin, lo he logrado, las luces se reflejan en mi retrovisor alejándose lentamente. Suspiro, no me he hundido demasiado esta vez, llego a estar incluso aliviado. Ellas vibran chistosas avisándome de que aunque haya ganado por una vez, conocen bien mi rutina y saben que volveré. Y lo volverán a intentar, como hacen siempre, sin desperdiciar oportunidad. Y haré como que lucho, por darles el gusto, sin que sepan que, extrañamente, el gusto es mío.

Vivo toda tu vida en un segundo una y otra vez y, a veces, también la nuestra. No es tan increíble que escuche esa canción en modo repetición.

[...]