jueves, 1 de agosto de 2013

Vista atrás

Hace tiempo que no escribo. Llevo demasiado tiempo tratando de sobrevivir ocupando mi tiempo con trabajo, música y drogas. He dejado el 80% de mí mismo por el camino, todo sea dicho. No me reconozco y no sé qué es lo que quiero. Me siento insatisfecho, cansado y lleno. No quiero más. O sí. Aquello que perseguía escapó, no me dejó más que juguetear y aún rememoro sin querer la mezcla de labios y lágrimas con las que dije adiós. También perdí aquello que me hizo crecer y que dejé escapar, excitación y cariño mezclados al cerrar los ojos, pena y rabia. Creo que nunca sabré qué hacer, tiendo a agarrarme demasiado fuerte a los trenes y no puedo saltar por mucho que llegue a desearlo. Estoy tan cansado... Mi cuerpo seguirá desvaneciéndose mientras creo haber encontrado lo que busco. Insatisfecho crónico y animal de costumbres. Soy una mala combinación de los quehaceres más mundanos. Voy a ver si sigo trabajando, que ya se ha acabado la hora del café... [...]

lunes, 28 de mayo de 2012

Santificar las fiestas



Creyó que podía hacerlo sin problemas, un movimiento enérgico de brazo y estaría dentro, pero se dio cuenta de su incapacidad demasiado tarde para no sentirse ridícula consigo misma. Tras gritar dándose valentía, y apretar con todas sus fuerzas el mango, lanzó su puño aferrado al cuchillo contra su estómago, esperando atravesar todas las vísceras posibles, hígado incluído. Deseaba desangrarse, morir con el sabor metálico de sus glóbulos rojos al ser vomitados por su esófago, acabar su vida de mierda llena de jugos gástricos, suero, bilis y el resto de fluídos asquerosos que circulan por nuestros órganos internos. Sólo quiso morir como creía merecer y lo único que consiguió fue quedarse tirada de rodillas, mirando el brillo de la cuchilla con los ojos vidriosos y sintiéndose aún más cobarde de lo que se había sentido jamás. Ni morir se le daba bien, se repitió mientras la punta del cuchillo rozaba la suave piel de su vientre.



Odio escuchar Radiohead los domingos, creo que acabar la semana pensando en suicidio y salvación es demasiado católico para mí...


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sábado, 10 de marzo de 2012

Almendro en flor


Miraba la foto una y otra vez, ese era su enclave con la realidad. Observaba su pelo, su sonrisa y, desde todos los ángulos posibles, sus ojos. Sabía que cuando esos ojos le seguían la mirada debía detenerse para no sufrir una sobredosis, un colapso o un brote psicótico.

Cuando eso ocurría se quedaba quieto, pensaba demasiado y discutía internamente contra su propia consciencia. Su miraba lo entristecía, odiaba su sonrisa y, aún más, recordar el hecho de que fue él quien la retrató. Lo único que retenía su instinto suicida era pensar que si no llegaba a morir tenía grandes posibilidades de perder todo contacto con la realidad y con sus recuerdos. Amaba su locura controlada, no podía ni quería evitarlo.

Se permitió meterse un poco más, lo justo para que ya no sólo le mirara sino que se moviera dentro de la polaroid como si fuera una pequeña pantalla que envolvía su vida. Estático veía cómo la retratada bailaba y reía entre almendros en flor. Le encantaba el final del invierno, le encantaba pasear y disfrutar del despertar del sol con los primeros rayos cálidos. La recordaba con un jersey de cuello alto, con la piel de las manos, por fin sin guantes, suave y delicada. Al pensar en sus besos un rayo le hizo tensar la espalda y cerrar los puños. Cada beso era una caricia, una mirada y un trozo de vida que le arrancaba. Pensaba en el camino rural que tuvo que recorrer para llegar hasta allí, en la botella de vino que se tomaban mientras paseaban y en cómo le hizo el amor sobre el capó, ansiosos de placer, impacientes por demostrar todo aquel cariño que se regalaban.

Imaginó ahora sus pechos moviéndose al ritmo de otra melodía y sus gemidos de placer provocados por un intérprete distinto. Imaginó cómo esos dedos se entrelazaban mientras que sentía los suyos fríos y solos, soportando nada más que el peso de esa fotografía a la que ya no necesitaba mirar para observar lo que sucedía. Se había quedado acostado en el suelo con la mirada perdida en el techo. La sonrisa nerviosa superficial contrastaba con las lágrimas que resbalaban perdiéndose en los laterales de su cabeza y que nacían de una emoción tan profunda que no había llegado a ponerle nombre. Seguía viendo el placer de esa perra a cuatro patas disfrutando las arremetidas de aquel cabrón al que, sin embargo, ella amaba más de lo que jamás consiguió que lo amara a él. Seguía observando con rabia y sin dejar de llorar, imaginando la extinción de su propio cuerpo y decidiendo, como siempre le ocurría, que ya era hora de dejar de vivir así, para bien o para mal.
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jueves, 3 de noviembre de 2011

Hard rock



Mi cuerpo se deshace, otra vez. Supongo que todo se mezcla en la negación ante las pruebas más palpables. Miro la sangre sobre la palma de mi mano y sólo puedo pensar en la soledad.

El viento chocaba contra mi rostro. Un pájaro pasó a ras lentamente, sentía su aleteo golpear el aire. Ante mis ojos la vida se detuvo, o eso creo, siempre he dudado que todo se esperara a que me secara las lágrimas para continuar pero así es. Miré alrededor, todo congelado pero borroso como en un mal sueño, acerqué mis manos a mi rostro y me oculté entre ellas conteniendo un grito desesperado. Ocurre que al volver a sacar la cabeza ya nada es lo que era, el mundo cambia a una velocidad vertiginosa para compensar el tiempo perdido; creo que es mi indiferencia ante este hecho por lo que sigo permitiendo que ocurra. Una vez estabilizado el continuo espacio tiempo me encaminé hacia la terraza de aquel edificio donde todo terminó, volví a sentarme en aquel banco y volví, como hice infinidad de veces desde ese día, a fumar un cigarrillo con odio y agresividad. No me hace falta detener el tiempo aquí, no hay nada que ocultar, así que dejo que pase el resto del reloj antes de volver a respirar.

Esta vez no duele, no por ahora. La miro y es sangre limpia, pura. He perdido la sensibilidad en casi todo mi cuerpo. No me siento preocupado, más bien siento algo de curiosidad por saber cuándo y, sobretodo, cuánto durará. Nada puede curar correctamente de esta manera, lo que me extraña es que haya tardado tanto en reaparecer. Intento detener el tiempo y esta vez no puedo, algo se muere dentro de mí, está anulando mi capacidad de abstracción. No encuentro salida fácil y eso me agota. Busco mi corazón, persigo mi pulso a lo largo de ese electrocardiograma y no hay manera de atraparlo; no soy más que un punto verde en una pantalla de fósforo, perpetuado por la agonía, por la espera.

Estoy harto de esa asquerosa coordinación, de esa estúpida simetría del bienestar en los aspectos de una vida. El odio y la impotencia se juntan, el cansancio provoca depresión y apatía. No hay salidas ni soluciones, no hay caminos que tomar ni opciones donde demostrar mi abulia. No hay libertad, nunca existe cuando nos permiten pensar. No hay salvación, nunca la ha habido.

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domingo, 9 de octubre de 2011

Luna nublada


Paso a paso encaminó hacia su destino. Un escalofrío fue toda la muestra del pánico que no fue capaz de controlar mientras se acercaba a la ventana del salón. Las sirenas sonaban aproximándose, los gritos de los viandantes aterrados evidenciaban lo inevitable. En la calle los edificios iluminaban el cielo con un resplandeciente brillo de contaminación; los semáforos daban la única pincelada de color a esta noche que prometía ser más gris que cualquier otra.

Lo llevaba esperando desde hacía semanas, quizás toda la vida. Ese halo de tristeza que la envolvía desde su niñez algún día tenía que explotar y, aunque él no fuera la persona más empática del mundo, sabía que últimamente estaba peor que nunca.

Había un corro de personas, algunas lágrimas traumáticas y un charco de sangre en el que se encontraba el cuerpo destrozado de lo que una vez fue su mejor amiga y que siempre sería el amor de su vida. Así acaba una época. Hoy acaba ese periodo que él llamaba felicidad, hoy acaba la tristeza de la carga, de sentirse culpable, de sentirse impotente por no poder conseguir lo que siempre deseó. Miraba el final de la calle tranquilo, equilibrado, con una frialdad que le pasaría factura el resto de su vida. Con una lágrima dijo todo lo que tenía que decir, sacó un cigarrillo y de una bocanada le dio paso a su nuevo presente, a su último porvenir.

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viernes, 9 de septiembre de 2011

Puzle



Observó toda la escena inmovil, impasible. Vio a la mujer gritando desesperadamente, sus palabras se entremezclaban por un eco que seguramente no existía. La vio gesticular demasiado y lanzando, con el codo y sin querer, aquel vaso fuera de la mesa. Siguió la parábola y el giro de aquel objeto hasta que llegó al suelo donde se convirtió en decenas de cristales que saltaron en un estallido. Uno de esos vidrios afilados voló como una aguja clavándose en su pierna. Esta vez sí escuchó perfectamente su chillido de dolor, y sintió una presión enorme en su corazón cuando la vio llorar, cuando seguía gritándole culpándole de todos sus males, insultándole sin parar mientras un hilillo de sangre brotaba de la piel de su pierna.

Tenía una piel espectacular, suave y tersa, dorada al sol incluso en invierno. Le encantaba cada centímetro de su cuerpo. Adoraba sus caderas, sus curvas, su busto y ese largo cuello que tanta pasión les proporcionó en el pasado. Miró sus labios, ahora no le besaban, gesticulaban violentamente como nunca antes habían hecho. Esos carnosos labios ahora pronunciaban palabras que sus oidos no eran capaces de traducir, o no querían. Una sombra negra apareció en el lateral y siguió el rastro hasta sus ojos de miel. Los vio brillantes por la tensión, rojos por el dolor y, en el fondo, oculta por la ira, descubrió la mayor tristeza que jamás le había reconocido. Ahora no sólo le dolía el corazón, ahora era mucho más profunda esa impotencia, ese sentimiento de culpabilidad.

Ella le apartó la mirada para, dejando de gritar por un segundo, observarse la herida que le estaba empezando a escocer. Con los ojos empañados por las lágrimas le resultó imposible enfocar lo suficiente como para atinar a ver el trocito de cristal. Sollozando casi en silencio, con la cabeza baja y las manos cubriéndose la cara sintió la calma en forma de un abrazo protector. Un abrazo que siempre le había devuelto la tranquilidad, un abrazo que le devolvía a la infancia, a sentirse amada, a no estar sola nunca más. Se agarró a esa camisa con rabia, a ese olor, y lloró más de lo que nunca había llorado. Lloró por fin desprendiéndose de todo ese odio que creó como defensa. Lloró por lo que realmente era importante, lloró centrada en el bebé que nunca tendrían, lloró desesperada en la calidez de su amor. Él se mantuvo abrazado a ella, presionándola contra su pecho, callado, con su cabeza apoyada en la de ella, besando su coronilla con suavidad, de manera paternal. La amaba desde siempre y la seguía amando. La amaba a ella, yerma, baldía... preciosa. La amaría siempre porque no necesitaba a nadie más para sentirse completo, la amaba porque era su único sueño, porque siempre sería su luz. Delicadamente le alzó la cabeza y la besó con los ojos cerrados. La beso como sólo ellos sabian.
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martes, 16 de agosto de 2011

Equilibrio



Se despidieron con un beso y una sonrisa triste. Volverían a verse, en eso habían quedado aunque no fueran capaces de prometerse nada más. Volverían a disfrutar del calor que produce sentirse queridos, protegidos. No se amaban, apenas se conocían y, aún así, se necesitaban profundamente. Todo había ido demasiado rápido. Ella jamás conseguiría sacarle de ese vicio del que él no quería desprenderse. Él no podía evitar darle todo ese cariño que ansiaba... ella no podía evitar sentirse feliz al no pensar en nada más.

Caminando hacia su coche una brisa le devolvió al frío de la soledad. Se sintió sucia, usada, violada. Maldijo a su corazón por inconsciente. "No te dejes, no otra vez". Se conocía, se sabía fuerte, fría, capaz de diferenciar y de mantenerse emocionalmente alejada. ¿Si era así por qué lloraba? Se odiaba, no se valoraba, creía merecerse el sufrimiento. "Todo saldrá bien" se repitió todo el camino sin comprender a qué venía su propia reacción, sin entender sus lágrimas y sin querer aceptar que ya era demasiado tarde.

Él cerró la puerta y volvió a su nido. En la almohada todavía podía distinguir su perfume; en las sábanas, su fragancia. Mirando al techo intentó recordar lo que era estar enamorado. Mirando al techo ya no se preguntaba por qué era incapaz de sentir, sino por qué ella comprendía esa falta de emociones y lo respetaba, y eso lo estaba matando por dentro. Sentía su corazón usurpado. De alguna manera ella había conseguido penetrar en su diario más íntimo y leer sus secretos, la llave de su prisión. Conocía la clave y aun así no la había usado, lo estaba volviendo loco. Volvió a oler la almohada con desesperación y se sintió todavía más abandonado de lo que estaba hacía apenas unas horas. Es mucho peor cuando el calor persiste en el colchón.

No lo sabrían jamás, pero es un hecho curioso el que los dos encendieran sus cigarros y soltaran la primera calada en un suspiro al mismo tiempo, amándose y odiándose recíproca y reflexivamente. Ambos se sentían estúpidos, perpetrados y dependientes de ese cariño que eran capaces de ofrecerse y ambos, cabezones, seguirían quemándose hasta que alguno de los dos reconociera, probablemente demasiado tarde para curar heridas, su derrota en esa batalla sin vencedores.

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lunes, 11 de julio de 2011

Broken Star



- No, a ver, es odio, odio puro al 95%.

- ¿Me estás diciendo tan tranquilamente que la base de tus composiciones es el odio? ¿Toda tu obra? ¿Todo lo que has creado?

- Es un poco complicado -descruzó las piernas y, con el pulgar y el índice de la mano derecha, se frotó los ojos en un claro gesto de desesperación como quien intenta explicar la teoría de la relatividad sin usar la letra a- hay gente que piensa en el odio como en el color negro, como algo malo y con distorsión. El odio puede ser una sonata completamente armónica, un lienzo lleno de color o la mejor historia de amor de todos los tiempos. Shakespeare odiaba todo lo que le envolvía, odiaba a las mujeres, la peste a mierda de caballo y la asquerosa pomposidad que lo rodeaba; eso le llevó a escribir las más bellas historias.

- ¿Y no se puede crear basándose en la felicidad?

- Nadie crea cuando está satisfecho y lo que se ha conseguido siempre tiene cierto aire que lo único que inspira es más odio. Todos los grandes compositores fueron unos desgraciados, desde Beethoven hasta Kurt Cobain. No me estoy comparando con ellos pero sí que puedo llegar a considerar que no me equivoqué manteniendo ese espíritu.

- ¿Dices que elegiste la infelicidad?

- No, eso no se puede elegir. No hubiera sido feliz en ningún caso, los planetas no se alinean con tanta frecuencia. Lo que elegí fue su aceptación, acepté el hecho de que hay cosas que no puedo cambiar y las aproveché. -tranquilamente rebuscó entre los bolsillos de su chaqueta y sacó un cigarrillo que encendió con un zippo niquelado, le dio una calada profunda y, soltándola satisfecho, continuó- En el tiempo que llevo dedicándome a esto he viajado mucho y he dormido muy poco, a cualquiera eso le parecería un sueño. Siempre deseamos lo que no tenemos, yo llevo años soñando con una casa en el campo, una piscina modesta y la tranquilidad de la rutina a brazos de una mujer normal.

- ¿Normal? Tienes fotos en las fiestas más glamurosas del mundo, has estado en jacuzzis con las mujeres más deseadas del país y eres odiado y envidiado a partes iguales por todos los hombres que alguna vez oyen hablar de ti. ¿Tu sueño es la rutina con una mujer normal?

Miró hacia los lados y se inclinó hacia adelante como quien va a contar un secreto -Putas, todas putas. De las que no cobran, las modelos, las del famoseo; estoy harto de ellas y de sus cuerpos perfectos, estoy harto de su pijería y de sus tonterías. Mírame bien, si no fuera por lo que he conseguido no se acercarían a mí ni para compartir un taxi. Con lo que sueño es con alguien a quien le de igual el éxito, el dinero o mi posición, una mujer entradita en carnes con una sonrisa sincera, que sepa guisar y que ni siquiera sepa lo que es la cocaína.

- ¿Llegas con tu Cadillac, tus pantalones de cuero y tus millones rebosando del bolsillo y dices que tu deseo es compartirlo con una Maricualquiera?

- NO, lo que digo es que lo daría todo: mi coche, este estúpido sombrero y los excesos por esa Maricualquiera. Esa es mi impotencia, ¿todavía no entiendes la conexión? Ahí está la raíz de mi odio, mi espina clavada, mi inconformismo. No volvería a tocar una partitura si fuera necesario, y ahora está todo tan jodido que resultaría imposible encontrar a una mujer normal, con una familia normal y con una educación normal.

- ¿Podremos encontrar alguna prueba de esto que dices en tu próximo disco "Death means freedom"?

- Absolutamente en todos y cada uno de los acordes que lo componen, pero hay que escucharlo con la mente bien abierta. Y ahora, si me disculpan, voy a empolvarme la nariz.

- Bueno radioyentes, pues aquí terminamos la entrevista de hoy, recordad: "Death means freedom" a la venta desde el próximo sábado. Nos despedimos con el single "Unplaced letter" aquí, en Radio 66, ruta hacia el metal.

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domingo, 26 de junio de 2011

Eudaimonia



Impreciso instante aquél. De repente volvieron a mi cabeza los oscuros ritmos envueltos entre gritos de esa fuente en la que chapotearon más de los que un día debieron. Hiel envuelta en miel. Veneno puro. Milagrosa salvación. Nada bueno guarda un súcubo en su sonrisa.

Entre lingotazos de tequila envuelvo mi cabeza con una sábana de color granate oscuro, tacto de seda y olor a sexo reciente. Mis manos me devuelven la mirada con aspecto culpable. Al fondo de la barra la tragaperras expulsa un premio insulso a un vicioso que la golpea con la estúpida creencia de que la violencia le conseguirá lo que desea. Tengo los sentidos aletargados. Mi lengua no distingue más sabores, dudo que pudiera pronunciar palabra. Mi tacto es torpe y lento, tembloroso, triste y, mis oídos, bueno, ellos me cantaban "All I need" como si eso fuera a arreglar algo.

Recordaba, pero no con claridad. Recordaba una historia que era una mezcla, una persona que era una unión y una tristeza que no tenía motivo. Tristeza, eso sí que lo diferenciaba. Ciertos sentimientos no se pierden por mucho alcohol que se consuma. Todo se transforma, los colores saben distinto, las caricias cambian y el crepitar de mi cerebro me vuelve aún más loco. No hay reglas a donde voy, eso me han dicho siempre.

Luces reflejadas en el asfalto, un camino curvo y borroso pasa cada vez más veloz. Dejo atrás las mentiras al acelerar. Al llegar, fuegos fatuos brillan ante mí como una premonición, son preciosas sus llamas. Mágicos espíritus asustadizos, mejor no molestarles. Sobre el capó observo el firmamento, voy recobrando mi sobriedad. Palpo el metal en busca de algún resto de ti y no encuentro más que el calor del motor. Ya no hay siluetas, no hay sonrisas ni abrazos. Ya no estás. No estás y tu ausencia es dolorosa. Se aproxima una tormenta, la luna está empañada y el aire viene húmedo. Mañana será otro día, supongo.

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sábado, 4 de junio de 2011

Instinto


- No tienes corazón, hasta los zombies pensarían que eres un cabrón.
- ¿Por qué me dices eso? Estoy harto de siempre la misma mierda, joder, intento no hacer daño, nunca prometo nada, nunca les miento.
- ¿Mentir? Claro que no les mientes, ese es el problema. No te callas nada, las pisoteas y las picas. Vas como si ninguna fuera lo suficientemente buena para ti y las muy idiotas van detrás esperando a que les lances un hueso, esperando una caricia como recompensa. Y sí, se lo das, ¿y cuánto dura? Un polvo, una semana, dos como mucho y las dejas en la estacada y con las típicas frases: "creo que no estoy sintiendo lo mismo", "no eres tú, soy yo" o, la que más me gusta, "no quiero hacerte daño, lo mejor es que lo dejemos antes de que alguno salga perjudicado". Y después las ves llorar, te gritan, te odian, las abrazas para acallarlas y cuando se han marchado te fumas un cigarrillo mirando a la puerta como intentando comprender lo que ha sucedido. No tienes alma.
- Todavía me odias por lo que pasó, ¿verdad?
- No, la odio más a ella... pero muchísimo más a ti. Es que eres gilipollas, es que caíste en tu juego y ni siquiera lo viste llegar. Estás tan ciego que no aprenderás nunca. Si la hubieras tratado como me trataste a mí la hubieras tenido para siempre, pero parece que cuando quieres conservar a alguien te vuelves imbécil y te conviertes en un perrito faldero. Hasta a mí me daba asco verte así, asco y rabia. ¿Qué tenía ella? Pasó de ti, te iba a hacer daño y todos lo veíamos pero no querías escuchar.
- Pues claro que me iba a hacer daño, no estoy tan ciego. Lo sabía y me daba igual. No sé qué tiene tan especial pero no puedo evitarlo. Sabía que me dolería... merecía la pena.
- Qué tonto eres. ¿Cuántos años van ya? ¿Cuatro? ¿Cinco? Y aún suspiras cuando crees que nadie te ve. Pero bueno, no soy nadie para criticarte por ello. Me tengo que ir, Fer me está esperando, hoy cenamos las dos familias juntas. Nos vamos a casar... No pongas esa cara, eso es lo que había venido a decirte, algún día tenía que seguir adelante. Estoy harta de esperar a que abras los ojos y te enamores de mí. Espero que tú llegues a la misma conclusión alguna vez.
- ¿Le amas?
- Me trata bien y será un buen padre, me quiere mucho más de lo que tú me has querido jamás.
- O sea, que no le amas.

Mirándole fijamente acercó su cabeza a la de él, le agarró por las orejas y, observando el triste color miel de sus ojos, le dio un beso mordiendo su labio inferior, separándose después sonriendo con una lágrima cruzando su mejilla.

- Espero que algún día te enamores de alguien que te merezca.
Y se marchó para nunca volver. Él se quedó mirando fijamente a la puerta, se encendió un cigarrillo e intentó comprender, como siempre, lo que ocurría a su alrededor.
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