Había tanques, gente conocida alrededor, autobuses y algo de viento que se llevaba los papeles tirados por el suelo. Te fuiste a despedir de mí como siempre lo habías hecho, pero algo distinto noté en tu abrazo. Al apoyar mi mano en tu espalda la apartaste y, aún sorprendido, fue tu mano la que rodeó mi cabeza y la acercó a tu cuello. Me apretaste contra tu cuerpo mientras yo aspiraba tu fragancia, mientras me entretenía con tu suavidad. Sentía tus dedos agarrando mis cabellos, tu respiración acelerada, nerviosa. Sentía tus ojos cerrados, sentía tu cariño. Sentía el amor que tanto silenciaste.
Me separé para observarte desde fuera y, al fijar nuestras miradas, sentí aflorar todo ese cariño que acallé durante tanto tiempo, toda aquella debilidad que me hiciste sentir desde que te conocí. Acercándome lentamente hacia tus labios aún me sentía un niño a tu lado, aún sentía un pavor horrible a que me rechazaras, aún esperaba que tu timidez volviera a alejarte en el último momento; increíblemente, no fue así. Fueron tus labios contra los míos, fueron nuestros cuerpos, fue la explosión de cariño, fueron lágrimas de felicidad al sentirte mía, al sentirme parte de ti.
El claxon del autobús no nos dio más tregua. Con el corazón todavía desbocado nos separamos manteniendo nuestras manos entrelazadas, mirándonos sonriendo con la alegría de encontrarnos por fin, con la agonía de separarnos sin más opciones. Ni siquiera aguanté ver cómo te marchabas así que, dándome la vuelta, me fui antes de que el autobús te llevara a un lugar seguro, me fui hacia mi dársena antes de comprender que posiblemente no nos volveríamos a ver.
El autobús de reclutamiento salía en media hora, tenía tiempo para acariciar mis labios, para besar mis dedos, para buscarte en mis recuerdos.
sábado, 19 de febrero de 2011
Más vale
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