miércoles, 25 de mayo de 2011

A tu salud


A tu salud le doy un sorbo a esta cerveza fría y amarga. Bebo, bebo para callar, bebo para no poder decirte lo que mi silencio grita. No hay día que no recuerde, mucho menos noche, aquel matrimonio efímero y consumado que tanto brillo dio. Intento olvidarte sin mucho empeño, pues dicen que eso es peor todavía, y lo único que consigo es que llegue otra vez el verano y me sienta aún más destruido. Trato de no creer que puedo amar sin estar enamorado como trato de no intentar mostrarte lo que no he dejado de sentir ni una sola luna.
No tienes comparación. Eres un parásito sin cura pero con un tratamiento al que estoy inmunizado. No hay rival, no hay solución, no hay otro final. Ya no escribo, casi no lo hago. Me leo repetido, no hay nada que pueda decirte que no hayas escuchado ya, no hay nada que pueda mostrarte que no hayas sentido antes. Tú, y sólo tú. Tú eres el color más oscuro de mi gama, eres el sol hecho noche, eres la omega de mi odio.
Bebo con prisa, sin saborear, sin fondo. Bebo porque me lo has recordado, bebo porque no lo puedes evitar, bebo porque sigo soñando, bebo porque es lo más sano que se me ocurre hacer. Bebo a mi salud y, sobretodo, a la tuya. Bebo por tu falta de cordura, porque te centres, porque no me olvides jamás y por ser lo último que desees poseer el resto de tu vida. Brindo porque me eches de menos más de lo que yo lo hago.
El primer medio litro se me acaba y aún no he llegado a comprenderlo. El fondo de la lata brilla ante una cara cada vez más descuidada. No como porque no me apetece, no me cuido porque no tengo por qué y no te olvido porque no puedo. Algo cambiaste en mí la noche que fuiste a la jam session equivocada, algo cambiaste en mí desde el momento en el que moví familias para conseguir un asiento a tu lado mientras cenábamos, desde el momento en el que perdí el juicio por ti.
Te deseo más de lo que nunca quise y te quiero más de lo que deseo. Lo siento por ello.
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jueves, 19 de mayo de 2011

Op. 27 2


Dos horas después abrí los ojos, todo seguía oscuro. La luz del ascensor se reflejaba por el resquicio de la puerta, siempre soy el último en llegar. Me acerqué al balcón y abrí la ventana donde un olor pestilente inundó toda la casa en un momento. Asquerosa contaminación. Llené hasta donde pude mis pulmones con ese aroma a prisa, ira y estrés propio de las ciudades. Ahí parado observé el amanecer, los madrugadores y los primeros atascos. Observé el ir y venir de los urbanos y cómo los transeúntes se convertían en un desfile de setas negras conforme comenzaban a caer las primeras gotas de una lluvia sucia, casi ácida, oscura y polvorienta que manchaba aquellos lugares que tenían la mala suerte de estar al aire libre. No hay aves en el cielo, ni siquiera hay cielo, ya no veo nada detrás de todos estos edificios. Me siento atrapado entre todo este cemento.
Miro el reloj, ya pasan las siete. La salida del sol me trae muchos recuerdos que oculto con gafas oscuras. Huelo mi cuerpo en busca de esa huella que una vez me hizo temblar, ya no queda nada de lo que un día poseí. Con un movimiento mecánico enciendo mi reproductor y comienza a sonar un nocturno en re bemol mayor que me transporta hacia mi cama otra vez, bajo la persiana y acomodándome la almohada miro la prueba de que alguna vez fue real. Todo parecía mejor cuando el sol aún calentaba.
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