martes, 4 de enero de 2011

Recuerdos presentes


Otro aviso más, ya eran cinco los de esta semana, unos veinte desde que empezó esta locura hará un mes. Realmente me llegaba a dar lástima ver la mirada incrédula e impotente de los padres de los muchachos; a nadie satisface pensar lo del "lugar mejor" mientras sacan el cuerpo inerte de tu hijo por la puerta, unas veces desangrado, otras ahorcado. El penúltimo saltó desde el ático de su edificio y, por la eficacia de su método, suponía que sería copiado en breve por algún otro atormentado.

¿Quién iba a pensar que sería capaz de estimular la captación de la serotonina un cambio tan minúsculo en la composición? Tan sólo pretendía mejorar un antiguo psicotrópico y conseguir un dinero extra, no deprimir a toda una generación de jóvenes. Es cierto que al enterarme de los efectos paré, el problema es que ya había puesto en el mercado suficiente cantidad como para mantenerlos a todos colocados durante un año. En poco tiempo se convirtió en una droga íntima con instrucciones de uso creadas desde algún foro de internet: consumirla tomándote un baño mientras escuchas en tu mp3 el disco más deprimente que tengas... casi nadie aguanta más de dos dosis sin desear acabar con todo el dolor de su alma.

De todos, éste es el caso más extraño que he visto, el cadaver no ha sido manipulado en absoluto. Su madre ni siquiera se acercó a ella antes de llamar a emergencias, al pasar por su lado no encontré rastro de lágrimas ni de lamentos, nada que me hiciera pensar que era carne de su carne.

Observo la escena, es preciosa, observo la chica, una princesa con cierto parecido a Emma Watson y de más o menos su edad. Ella también sucumbió al reto. Velas consumidas en las esquinas, agua ahora fría y pétalos de rosa flotando sobre la misma. Su cuerpo desnudo y pálido, su antebrazo izquierdo con un corte perfecto, digno de un cirujano, sin dañar tendones ni rasgar la piel de alrededor. Un solo trazo, debió ser una chica increíble. De sus oídos todavía cuelga un reproductor de música que continúa funcionando en modo repetición. Lo cojo con curiosidad descubriendo así que eligió los nocturnos de Chopin para sus últimos momentos. Estoy fascinado con ella, me fijo en sus cabellos color castaño claro, sus ojos de un marrón oscuro casi negro insensibles a la luz y sus labios dulces, ahora sin vida pero aún carnosos. En la parte trasera del aparato tiene etiquetado un nombre, un nombre que hace que mi corazón lata más deprisa nada más leerlo, un nombre que me remonta años atrás y me obliga a controlarme. Noemí, mi bella, mi amada.

Ojalá estuviera solo para poder fotografiar todo esto que observo, esto que ella misma preparó y que me ha regalado sin saberlo, antes de tener que destruirlo. Compruebo su pulso, doy fe de su fallecimiento y yo mismo retiro el tapón que aguanta el agua mezclada con la sangre de mi princesa. Su cuerpo marchito descansa tranquilo mientras los pétalos se quedan apoyados en su piel conforme baja el nivel que descubre su desnudez. Maravillosa desnudez. En su pubis nace un vello tan fino que no le resultaba necesaria su depilación para verse limpio y cuidado. Sus pechos de tamaño medio aparecen firmes y jóvenes, con areola rosada y pequeña. De la bañera y con disimulo saco la cuchilla de barbero con la que arrancó su vida y la guardo en mi bolsillo; éste será mi fetiche, mi cruz personal.

Vuelvo a mirar su cuello, su mentón, sus orejas perfectas, sus cejas y sus largas pestañas. Salgo de allí acongojado, con un nudo en el estómago que me impide respirar. Antes de escapar definitivamente miro a su madre, a su progenitora. El psicólogo intenta hablar con ella aunque no consigue sacarla del estado de shock en el que se encuentra; aun es pronto para comprender que su pequeña se ha ido para siempre por su propia voluntad.

Voluntad. ¿Acaso fue esa su verdadera voluntad? ¿Lo había pensado alguna vez antes de consumir mi droga? Ya en mi casa le daba vueltas a mi cabeza como lo hacía con la cuchilla entre mis dedos. Noemí. Su nombre era maravilloso y doloroso en mi interior. Su recuerdo se entremezclaba con los de mi pasado, y estos se batían junto al diazepam en mi cabeza. Volví a aquella moto, volví a aquel accidente. Ahora su rostro era el de la nueva Noemí, el del nuevo ángel, ahora sus cabellos habían clareado, ahora sus ojos eran más oscuros y sus labios tenían color carmesí. Volví al momento en el que gritaba su nombre una y otra vez antes de desmayarme en esa carretera donde su sangre se derramó, aquella ocasión sin elección.

Esta vez no desperté en el hospital sino en mi sofá, sudado y exaltado, algo desorientado respecto al tiempo y aún agarrado al filo de acero. De la pared colgaba mi guitarra polvorienta y, sin dejar de mirarla, pensé en todo el tiempo que había pasado y lo poco que había cambiado mi vida realmente desde que me aferré a ella para ahogar mis emociones. Sin dejar de mirar esas seis cuerdas intentaba no imaginar su sonrisa. Sin dejar de mirarlas intentaba no darme cuenta de que todo fue por culpa mía.

4 comentarios:

  1. ¡Tremendo! ¡Qué descripción tan buena! Eres alucinante, Charles.

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  2. ¡La madre que te parió! simplemente genial, se te ponen los pelos de punta ;)

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  3. Bien... me dejas pasmada! Eres bueno, pequeño...

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  4. muchas gracias corazon!! feliz año para ti tambien!!! ni te imaginas la que te perdiste :S bueno...asi tenemos excusa para repetirla jajajaja!!

    UN BESAZO GIGANTESCO PELIRROJO!!!

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