5-sept.-2005 2:50
Aquella mañana me levanté con una sonrisa. No había dormido demasiado, pero mis ojos se mantenían abiertos y brillantes. Tras la comida, y en contra de lo que aconsejan los médicos, me duché. Usé aquel gel que tengo reservado para las grandes ocasiones, ese verde de bote ergonómico cuyo fantástico tacto e hipnotizante aroma es capaz de engatusar hasta al más frío de los corazones (según su publicidad...). Tras enjabonarme durante diez minutos cantando algunas de mis canciones favoritas, salí de la ducha con la misma sonrisa con la que me había despertado. Frente al espejo probé distintos peinados, pero bueno, usando el tradicional tampoco estaba tan mal. Me vestí y salí silbando esa armoniosa melodía que me rondaba la cabeza. El camino a recorrer no era demasiado largo, de todas formas encendí mi reproductor MP3 y anduve camino hacia el Edén.
Llegó sonriente, inquieta como yo y con un aire de curiosidad, sin saber a ciencia cierta lo que pasaría a continuación. Yo, que tantas veces había imaginado ese momento, salté mis planes de hombre duro y decidido, y con un par de besos, uno por mejilla, saludé a mi invitada como saludaría a un familiar. Caminamos hacia el lugar especial que yo había seleccionado para ella pero, extrañamente, ella me guiaba a mí, y ni siquiera sabía hacia donde íbamos. Así que tras unos roces, nos agarramos las manos, y anduvimos a la par, comentando y riéndonos de todo. Al alcanzar nuestra meta, un descuido mío le dio un poco más de emoción a nuestro encuentro, pues se me olvidó coger con antelación la llave que nos llevaría al paraíso. Por suerte para los dos, un desconocido (pudiera ser San Pedro) nos abrió y nos dejó entrar a vivir nuestra juventud, nuestro libre albedrío.
Cientos de palabras volaron en la penumbra de nuestro efímero hogar, miles de pensamientos cruzaron por nuestros cuerpos aquella vez. Los sentidos se rozaron y juntaron, nos abrazábamos defendiéndonos de las circunstancias. Ella, un suave pétalo, parecía tan frágil y delicada, pintada a pincel sobre una hermosa figura, que no me podía imaginar la gran fuerza que ocultaba tras tanta belleza. Estremeciéndonos, acariciándonos y, en fin, sabiendo que nada podía ser real. Al fin y al cabo ¿de qué nos serviría? Recuerdos y más recuerdos, llagas y más heridas. Fiebres de dolor, dolores renovados, pero un nuevo sabor.
Despierto de mi sueño, sobran las palabras, esta vez no iba a dejar escapar el tren, iba a conducir mi destino. Pero cuando por fin me decidí a vivir, y por mucho que corrí, llegué tarde a la estación. Ya se había marchado, pero… a decir verdad, nunca estuvo aquí.
Jo, me ha gustado, aunque creo que discrepo ligeramente en ciertos puntos xD
ResponderEliminarPor norma general tenemos la mala costumbre de dejar pasar las oportunidades, unas veces por miedo a que nos cierren la puerta y otras, curiosamente, por miedo a que la abran (no pienses mal que te veo venir!).
No obstante, yo opino que las cosas pasan para algo y todo llega en su momento (es mi visión optimista de la vida, junto con otras más)...pero no me voy a poner filosófica ahora mismo xD
UN besote!!!
Una casualidad me ha traído hasta aquí, y solo te dejo escrito que me ha sorprendido gratamente todo lo que aqí dejas plasmado.
ResponderEliminarMe has gustado mucho leer todo esto, que es tuyo.
A ver si otra casualidad nos hace encontrarnos de nuevo.
Besos Irene
Muchísimas gracias. Todo tiene su momento y su magia. Algunas cosas vuelven, otras dejan un residuo que queda para siempre, pero todas, sin excepción, ocurren por alguna razón.
ResponderEliminarUn beso a las dos, espero veros pronto.
Las cosas no ocurren POR algo, sino PARA algo.
ResponderEliminarjeje, se acepta la corrección, tienes toda la razón, excepto que la razón por la que ocurre no tiene por qué ser del pasado; permanecen en el tiempo. Además de que no pega nada "ocurren para alguna razón..." xD
ResponderEliminarEn todo caso recuerda que todo lo que hagamos, todas y cada una de las decisiones, repercutirán en el futuro.