Con el cambio de estación aún estaban a gusto con la chaqueta puesta. Gracias al sol del atardecer todavía mantenían las gafas oscuras y, tirados tranquilamente en la playa, estuvieron disfrutando de su compañía mientras compartían la esencia primaveral que inundaba sus pulmones. Llevaban mucho tiempo necesitando hablar con alguien que no fuera a juzgarles, llevaban mucho tiempo queriendo encontrar a alguien que comprendiera su mensaje, su dolor, el vicio de su nocturnidad. No dejaban de ser extraños y, sin embargo, cada vez que se escuchaban se conocían de siempre. Sus dedos se rozaron un instante, las miradas se cruzaron y él no pudo evitar observar los labios entreabiertos ni acercarse lentamente mientras aspiraba esa nueva fragancia que deseaba probar por primera vez. Ella comenzó a respirar entrecortadamente, a disfrutar de esa nueva vida que por fin comenzaba, a dejarse llevar, a empezar a olvidar.
Estuvieron como dos adolescentes besándose hasta el anochecer, gozando de la sensación de sentirse deseados y aprovechando la translucidez de sus pensamientos para dejar todo el bagaje oculto entre los granos de arena de aquella playa testigo de su desfase. Al sentir la atenta vigilancia de la luna decidieron resguardarse optando por ocultarse en un lugar donde nadie los encontraría, en un lugar donde podrían descubrirse sin temor. Entre besos se desnudaron sin dejar de acariciarse. Entre besos susurraron sus gemidos y se gritaron sus secretos. Soñaron con vudú, con hechicería blanca, con polvos mágicos; se entregaron mutuamente a un rito tribal lleno de bailes y fuertes ritmos acompasados. Entrecerraron sus ojos innumerables veces, apretaron sus dientes y tensaron sus extremidades. Bebieron del presente, del dolor y de la sangre y, ebrios como cubas, siguieron dejándose amar por aquellas manos hasta entonces desconocidas.
No amaneció, nunca se ve amanecer en estas historias, nunca terminan estas noches, nunca se sabe cómo acaban. Esperaron a que bajara el sol para despertarse abrazados. Otra vez hambrientos, aún sedientos.
lunes, 21 de marzo de 2011
Hambre
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Que bonita noche para no dormir. Preciosa historia, que sabes, q inevitablemente, temo que sea verdad. Soy celosa de tu cariño y de tu cuerpo.
ResponderEliminarEstos momentos son los que nos llenan, incalculables e inesperados, pero que sin duda, 'nos tocan'.
Me encanta
ResponderEliminarQué pasada de penúltimo párrafo.. qué intensidad!
ResponderEliminarEl final suena a final amargo, a historia que por intensa no deja de ser macabra en el fondo... Un abrazo bro