jueves, 16 de diciembre de 2010

Viento del norte


Agazapado en esa esquina nunca sintió un frío igual. Los vientos del norte congelaron hasta el rocío condensado en las hojas de aquel naranjo que una vez iluminó las noches estivales. Debía escapar de allí, lo sabía y lo necesitaba; pero no tenía valor. No tenía valor para rendirse ni para dejarlo todo atrás. Estaba demasiado ocupado intentando no temblar como para pensar en caminar. Esta vez no escuchaba música en su interior, de ningún tipo, de ningún color; tan sólo un vacío tan profundo capaz de absorber las frases conforme las pensaba. Su cabeza era un remolino, un conjunto de obviedades y reproches, de verdades e ilusiones, una bomba de relojería en una cámara acorazada protegida como aquello que le latía en el pecho luchando por darle calor al resto de su cuerpo, órgano que sentía cada vez más pesado, cada vez más cansado.

Dudaba y no entendía, soñaba y destruía. Soñaba en pócimas mágicas, en fórmulas básicas capaces de proporcionar la felicidad instantaneamente, en piedras filosofales capaces de convertir el plomo en puro oro. Destruía... como siempre, lo destruía todo y no valoraba. Destruía sin mirar, sin querer, sin desearlo. Destruía porque era lo único capaz de darle cierta satisfacción. ¿Qué esperaba? ¿Acaso realmente creyó en su propia resiliencia? Ahí se quedó, aún agazapado, temblando y tiritando esperando la vuelta del verano, esperando a ese sol que le hiciera volver a entrar en calor, esperando esa belleza de la naturaleza a la que llaman primavera.

Confusión será mi epitafio.

3 comentarios:

  1. los relatos más rápidos del oeste....

    muy bien expresado.

    ResponderEliminar
  2. si tio, yo tambien tengo frio...

    ResponderEliminar
  3. Échate una manta o ponte un calefactor que este frio no es normal!!! muahaha.
    Esas bombas tan escondidas son las que explotan cuando menos te lo esperas, y las que más se llevan por delante en la explosión...
    Me gusta, como siempre, :)

    ResponderEliminar