Cerró los ojos y arqueó la espalda. Sentí en mis hombros el dolor de sus uñas al clavarse, al rasgar piel. El dolor nunca fue tan placentero. Sus labios se entreabrieron dando paso a un gemido de satisfacción, a un grito de locura. Sentada sobre mí no podía hacer otra cosa que sentir la fragancia de su cuello, que besar tan delicada zona y dejarle notar mis dientes y mi aliento sobre sus trapecios. Sus piernas enroscadas alrededor de mi cintura anulaban cualquier posibilidad de huída de ese paraíso del que jamás querría escapar.
Sentada sobre mí y ciega de lujuria sólo deseaba más, deseaba abrazarse, deseaba fusionarse conmigo, lo deseaba más profundo.
Perdidos en la madrugada de una noche sin nombre, disfrutando al fin de ese cariño que tanto ansiábamos, amándonos sin palabras como sólo nosotros podríamos hacerlo.
Todo fue intenso, todo fue cálido. La sonrisa que aparece de sus aún temblorosos labios precede a uno de esos besos que jamás olvidas. Esa sonrisa es la que guardas para siempre, esa humedad la que recordarás toda la vida y esa mujer, la que jamás volverás a poseer. Ella es mi éxtasis, ella es mi vicio, mi obsesión, mi subidón de adrenalina, mi perdición.
martes, 15 de junio de 2010
Éxtasis
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Ofú que caló da, chiquillo! jejeje.
ResponderEliminarMe gusta tu estilo de contar esa escena. Well done.
Te recomiendo que leas el capítulo 7 (un párrafo que es) de la Rayuela de Cortázar. Similar, pero cortazariano. Te va a encantar (ni no lo has leído ya) :) Un abrazo brotha
Ni punto de comparación entre las descripciones de Cortázar y las mías. Es la diferencia entre un maestro y un párvulo!
ResponderEliminarPor cierto, lo escribí anoche en los aularios, intentando estudiar... no hay manera jeje.
Gracias por el comentario bro, no me has dado tiempo ni a corregir los típicos errores. Un abrazo!
...sin palabras...
ResponderEliminargracias :)