viernes, 9 de septiembre de 2011

Puzle



Observó toda la escena inmovil, impasible. Vio a la mujer gritando desesperadamente, sus palabras se entremezclaban por un eco que seguramente no existía. La vio gesticular demasiado y lanzando, con el codo y sin querer, aquel vaso fuera de la mesa. Siguió la parábola y el giro de aquel objeto hasta que llegó al suelo donde se convirtió en decenas de cristales que saltaron en un estallido. Uno de esos vidrios afilados voló como una aguja clavándose en su pierna. Esta vez sí escuchó perfectamente su chillido de dolor, y sintió una presión enorme en su corazón cuando la vio llorar, cuando seguía gritándole culpándole de todos sus males, insultándole sin parar mientras un hilillo de sangre brotaba de la piel de su pierna.

Tenía una piel espectacular, suave y tersa, dorada al sol incluso en invierno. Le encantaba cada centímetro de su cuerpo. Adoraba sus caderas, sus curvas, su busto y ese largo cuello que tanta pasión les proporcionó en el pasado. Miró sus labios, ahora no le besaban, gesticulaban violentamente como nunca antes habían hecho. Esos carnosos labios ahora pronunciaban palabras que sus oidos no eran capaces de traducir, o no querían. Una sombra negra apareció en el lateral y siguió el rastro hasta sus ojos de miel. Los vio brillantes por la tensión, rojos por el dolor y, en el fondo, oculta por la ira, descubrió la mayor tristeza que jamás le había reconocido. Ahora no sólo le dolía el corazón, ahora era mucho más profunda esa impotencia, ese sentimiento de culpabilidad.

Ella le apartó la mirada para, dejando de gritar por un segundo, observarse la herida que le estaba empezando a escocer. Con los ojos empañados por las lágrimas le resultó imposible enfocar lo suficiente como para atinar a ver el trocito de cristal. Sollozando casi en silencio, con la cabeza baja y las manos cubriéndose la cara sintió la calma en forma de un abrazo protector. Un abrazo que siempre le había devuelto la tranquilidad, un abrazo que le devolvía a la infancia, a sentirse amada, a no estar sola nunca más. Se agarró a esa camisa con rabia, a ese olor, y lloró más de lo que nunca había llorado. Lloró por fin desprendiéndose de todo ese odio que creó como defensa. Lloró por lo que realmente era importante, lloró centrada en el bebé que nunca tendrían, lloró desesperada en la calidez de su amor. Él se mantuvo abrazado a ella, presionándola contra su pecho, callado, con su cabeza apoyada en la de ella, besando su coronilla con suavidad, de manera paternal. La amaba desde siempre y la seguía amando. La amaba a ella, yerma, baldía... preciosa. La amaría siempre porque no necesitaba a nadie más para sentirse completo, la amaba porque era su único sueño, porque siempre sería su luz. Delicadamente le alzó la cabeza y la besó con los ojos cerrados. La beso como sólo ellos sabian.

3 comentarios:

  1. Otro de tus hermosos relatos con ese toque agridulce, ¿Qué habrán hecho estos pobres personajes para que no les dejes siquiera la opción de ser felices en un futuro? He aquí una pareja frustrada porque se les niega la posibilidad de tener pequeños vástagos en el futuro (o al menos eso he interpretado), y que sin embargo se adoran con locura... Que bello y trágico al mismo tiempo

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  2. Transmites con cada palabra,con cada frase....ese vacio, esa rabia, ese desprecio.Pero tambien ese amor, que aunque con heridas aun sangrando, resurge en ese beso..T.H.

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    1. Dudo mucho que lo hayas entendido T.H., deberias leer más para diferenciar las cosas

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