domingo, 14 de noviembre de 2010

Capuccino



Llueve, lo sé porque el tragaluz hace un ruido infernal, como si fuera a reventar de un momento a otro. No me molesta en absoluto, me gusta que llueva, me encanta ver cómo la gente se vuelve de color gris y que los únicos colores que encuentre a mi alrededor sean los de los semáforos reflejados en el asfalto mojado.

Me encuentro en el sótano, aunque hace calor no puedo evitar un escalofrío reflejo al pensar en las congeladas gotas que estarán echando del patio a los últimos valientes. A mi alrededor no hay más que gente amuermada intentando, inútilmente, estudiar. Miro el reloj, las diez y cuarto. Un trueno. Ya es suficiente, no aguanto más. Cojo la chaqueta, guardo los apuntes en la mochila, no estoy seguro de cuándo volveré, y la encierro en la taquilla. Tengo suerte de poseer la llave de una: tanta gente y tan poco espacio.

Subo y salgo al patio, busco unas monedas y me preparo un café de máquina resguardado bajo el porche. Tranquilamente me lío un cigarrillo observando las gotas rebotando en una cadencia maravillosa. Enciendo el mechero con parsimonia y miro a través de su llama, miro el contraste de dos elementos básicos y, sin darme tregua, le doy la primera calada, aquella que hace que suspires, la que retuerce el cuerpo. Con la segunda no puedo evitar pensar en ti, siempre me ocurre. Es lo bueno de fumar en soledad, nunca lo necesito cuando estoy a tu lado pero siempre te necesito cuando recurro a él.

El café es amargo, capuccino con poco azúcar. No estoy seguro de que a esto se le pueda llamar café, supongo que ha sido el tiempo el que me volvió un adicto a este sabor. ¿Qué estarás bebiendo tú ahora? ¿Estará lloviendo también a tus pies? Saco un auricular para escuchar un triste vals que me armonice esto que veo.

Da igual cuánto sonría, siempre que el humo se pierde entre la lluvia pienso en ti, en tus abrazos, en las lágrimas con las que me despediste, en las veces que volveré a ver llover antes de que vuelvas a llorar por mí, en la de cigarrillos que me quedan por fumar.

Volviendo al aula huelo mi mano, odio ese olor. Pongo los libros sobre la mesa, me quito la chaqueta y la doblo con cuidado dejándola a mi lado. Le doy un par de vueltas al bolígrafo entre mis dedos, abro los apuntes por donde me había quedado y hago el primer intento de concentración. Miro el reloj, las once menos veinte. Me crujo el cuello y lo estiro, hacia un lado, hacia el otro, miro el techo y después pego la barbilla al pecho. Ya es momento. Busco rápidamente el párrafo donde lo dejé y continúo leyendo. Ni siquiera me da tiempo de copiar la primera fórmula cuando un sonido me saca de mi sopor. Llueve, lo sé porque el tragaluz hace un ruido infernal, como si fuera a reventar de un momento a otro. No me molesta en absoluto, me gusta que llueva...

6 comentarios:

  1. ainsss esas horicas de estudio en la planta baja... Como se nota que a tí no te pilló el tragaluz que goteaba...

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  2. qué chulo. me ha gustado mucho.

    siento que tengas que estar estudiando. al menos, disfruta de la lluvia...

    por cierto, bonita nueva foto de perfil!

    un beso

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  3. ni llovía, ni estaba en la universidad (fin de semana!). Gracias a los dos, gracias puntos suspensivos.

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  4. jajaja. viva la ficción literaria!

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  5. Simplemente genial :) Me ha encantado Calex.

    Aquí ahora mismo está lloviendo, sumado a la música que le has añadido, tenía ya parte del ambiente creado (tengo una pila de libros llamándome con ferviente pasión XD).Hasta he vuelto a recordar el sabor al capuccino de máquina!

    Sigue así.

    Un besote.

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  6. Jo, me identifico totalmente con este escrito. Me recuerda tanto a mi... cuando estudiaba y fumaba.
    Eres especial. Besitos.

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