miércoles, 26 de mayo de 2010

Invocación

No sé cómo lo haré, pero por Dios que lo intentaré hasta que mi alma no aguante más.

Busco ese lugar seguro, esa tranquilidad obtenida en el calor de un abrazo. Pienso en las idas y en las venidas, en lo posible y en lo imposible, en lo positivo y en lo negativo; en las vueltas que da la vida.

Algo que parecía imposible llegó como una lágrima en una taza de café, inundando algo negro y amargo con la tristeza del arrepentimiento, con el capricho del destino. No todo lo que es oro reluce, ni todos los venenos son mortales de necesidad. Los acordes del adiós se quedaron colgando en una triste subdominante que dio paso a un rock'n roll de rabia y esperanza. La moneda gira, la cara se queda abajo, ahora toca la cruz.

Axel volvió a romper el silencio con un distorsionado acorde acallando así el dolor de cabeza que desde hacía días le presionaba hasta el pecho. La púa rasgaba una y otra vez las distintas cuerdas de un arpegio improvisado. Recordaba en la oscuridad de su cuarto el pecado de la carne. Maltrataba sin dudarlo su cuerpo marcado cual Caín, concienciándose de la inocencia de su acto y de la justicia que creyó impartir. Tiró la guitarra sobre la cama, apagó el amplificador y salió corriendo de aquella soledad. Nada le ayudaba ahora.

Subió hasta la azotea para sentir la vida de aquél viento que golpeaba con fuerza su silueta. En el horizonte cientos de edificios se levantaban ante él, observándolos como un todopoderoso que siente misericordia y repugnancia de su propia obra. Se alzó sobre todos ellos subiéndose a aquel quitamiedos de ladrillo, levantó la cara hacia el cielo y colocó sus brazos en cruz. El viento lo empujaba hacia el vacío, tomó aire y gritó una imprecación con la que retaba al cielo. Pidió ser empujado si acaso falló, pidió ser estampado contra el asfalto si en algún momento erró. El aire paró súbitamente, nubarrones oscuros se concentraron y comenzó una tormenta que en pocos segundos empapó la ciudad. Axel, aún sobre el bordillo, con los sentidos exaltados y el corazón cabalgando rompió a reir, carcajadas ruidosas, carcajadas nerviosas. Se dejó caer hacia atrás, en cruz, golpeando su espalda contra el terrazo mojado, aún riendo, aún nervioso, aún feliz.

Ahora estaba seguro, ahora podía descansar. Siempre lo supo aunque lo dudara, siempre lo defendió aunque flaqueara. Iluminado, mojado, sardónico, completamente loco y, aun así, con los pensamientos suficientemente serenos como para pedirse ese descanso que tanto necesitaba.

Descansaba Axel por fin, descansaba seguro de sí mismo, descansaba en la azotea que lo vio nacer, descansaba con la lluvia que le dio la vida. Descansó en la oscuridad que lo crió.

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