martes, 16 de marzo de 2010

Lo prometido es deuda

30 de Junio 2006. 4:56 A.M.

Carmen, sé que esto no te hace ni el cuarto de justicia que te mereces, pero no quiero seguir haciéndote esperar buscando las frases perfectas. Así que hago lo de siempre, olvidar cualquier idea y escribir de golpe lo que se me ocurra.

Te escribo también una frase preciosa que acabo de leer: La fuerza hidráulica más poderosa del universo, es la lágrima de una mujer. Carlos Fisas
Y bueno, espero que te guste este absurdo relato sobre un concierto que jamás llegamos a ver:

Íbamos caminando por el paseo de la playa. A lo lejos, el reloj de una iglesia marcaba las tantas de la mañana mientras nosotros andábamos hablando, más bien gritando, lo increíble del concierto. Me paré y me quedé mirándola, no me lo podía creer, hace dos meses esto hubiera sido imposible.

La camiseta negra con el nombre de un grupo y una pequeña muñequera de pinchos denotaban el tipo de concierto del que acabábamos de salir. Se lo había prometido, y siempre me ha gustado ser un tipo de palabra. – ¿Qué significa ser gótico?- me preguntó Carmen hace tiempo, y poco a poco fuimos desvariando hasta que quiso saber lo que se sentía al estar en un concierto heavy rodeada de heavys y moviendo la cabeza de un lado a otro al ritmo del los distorsionados acordes heavys. Fue entonces cuando le juré que la llevaría a uno de esos conciertos en los que el corazón late tan fuerte que deseas que nunca acabe ese sólo de batería.

Llegamos hasta unas rocas y nos sentamos. Bueno, ella no permaneció demasiado tiempo así, pues se levantó pletórica y siguió describiendo todas las sensaciones tan maravillosas que había experimentado durante la hora y media que había durado el espectáculo.

- ¿Tú también has sentido que te retumbaba el estómago cuando le daban al bombo? ¡Es demasiado! Y cuando por fin he podido abrir los ojos me encuentro al guitarra que comienza a bajar y a subir por el mástil a una velocidad demencial tocando justo las notas que debían sonar. Ahí me sentía libre, sentía los instintos más básicos brotando desde mi interior y sólo me apetecía saltar y gritar ¡y al hacerlo me seguía todo el mundo! Y caías al tiempo justo, y volvías a saltar, y otra vez abajo cuando la baqueta hacía resonar la caja, y otra vez, y otra…

Yo estaba asombrado, vaya pedazo de descripción me había hecho en un rato sin dejarme decir ni una palabra. La veía feliz, con los ojos como platos relatándome todo lo que se le ocurría sin cortarse. Cuando la conocí era una niña preciosa, una morena de cuerpo atlético, la típica a la que le gusta pasarse las tardes en la piscina escuchando el canto del loco. Poco a poco fuimos conversando, cada vez con mejores y más largas charlas, llegando a pasarnos la noche entera de un viaje en autobús despiertos, hablando de cualquier cosa, sin pensar en nada. Todo el mundo decía que no pegábamos, que no teníamos nada en común de lo que discutir… y así era; pero había algo que nos hacía seguir interrogándonos, preguntándonos mutuamente sobre nuestros mundos, tan distintos y tan cercanos a la vez.

Allí fue donde me hizo la pregunta, en aquel autobús, e hice voto de llevarla al infierno conmigo. “Lo haré aunque me cueste ir al paraíso para secuestrarte” le señalé con una sonrisa.

Y así pasaron dos meses, entre intercambios de biografías y préstamos de decenas de CDs. Le hice ver que el heavy es algo más que “sex and drugs and rock’n roll”, y que el motor de una harley es la música más dulce que puede escuchar un mortal.

Yo seguía sentado en las rocas, la humedad me llenaba el pecho mientras intentaba calentarme las manos jugando con una de mis muñequeras. Ella no paró de moverse hasta que consiguió tranquilizarse, momento que aprovechó para sentarse a mi lado y, mirando el horizonte, comentar que estaba a punto de amanecer, resoplando después desde lo más profundo de sus pulmones. Le dije que aprovecháramos para ver las últimas estrellas de la madrugada mientras me recostaba sobre la fría piedra. Carmen se acostó también y, estando allí, aprovechó para darme las gracias por una de las noches más apasionantes de su vida. –Gracias a ti, princesa, por haber venido. Me he divertido mucho estando contigo, ha sido de los mejores conciertos gracias a ti-


Justo entonces; fue justo entonces cuando debería haber sacado el valor necesario para darme la vuelta y besarla. El valor necesario, aunque sea, para cogerle la mano. Pero no, ahí me quedé yo, mirando las estrellas deseando que el cielo cayera sobre nuestras cabezas. Al menos me dio tiempo para ponerme las gafas de sol antes de que la luz crepuscular descubriera a un cobarde que se repetía que era incapaz de manchar un ser tan frágil y hermoso; que se excusaba a si mismo repitiendo que nunca se hubiera permitido que un cerdo comiera de tan dulce miel. Un cerdo que recordaba una y otra vez el perfil de su rostro, el brillo de sus ojos, la silueta de su cuerpo… la sombra de sus alas. El cielo queda demasiado alto para alguien que tiene que ir reptando, volví a aprender en aquella roca viendo el sol salir.

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